6 de mayo de 2014

Un antídoto contra la corrupción

El fenómeno de la corrupción es un problema que afecta a numerosos países y por supuesto, el nuestro no es la excepción, por esta razón creo que es importante abordar el tema y estudiarlo desde distintos enfoques. El propósito de las siguientes líneas es exponer, de manera muy limitada, cómo es que la transparencia y el acceso a la información pueden ser herramientas muy útiles para atacar ese mal que carcome nuestra sociedad y nuestras instituciones públicas.  

Antes de continuar, de manera muy general, expondremos algunos elementos del fenómeno de la corrupción, que en sí es un tema muy complejo y extenso que necesitaría una reflexión más amplia y este no es el lugar para hacerlo, también debemos tener presente que, el fenómeno de la corrupción, no se presenta exclusivamente en determinados sectores o clases sociales, al contrario, puede presentarse en cualquier ámbito de la vida social: político, religioso, jurídico, universitario, deportivo, laboral, etc, por tal razón es preciso apuntar que aquí nos centraremos en el ámbito que compete al poder público.

De acuerdo con Jaime Cárdenas y María de la Luz Mijangos la corrupción se define como: “La violación a un deber posicional, contenido en el sistema normativo, para la obtención de un beneficio extra-posicional, no inherente al cargo o función(…) el beneficio obtenido puede ser de diversa naturaleza, personal o indirecto, económico, profesional, político, sexual, etc.”[1]

De lo apuntado en esta definición, podemos entender que la corrupción es la violación a un deber contenido en un sistema normativo, de manera que se pueden violar tanto reglas como principios, estos últimos enuncian un valor moral. Al respecto Rodolfo Vázquez, menciona que: “es de suma importancia para entender el fenómeno de la corrupción que se vea la diferencia entre violación de un sistema de reglas vigentes y la violación de un sistema de reglas morales con pretensiones universales. Este último funcionaría como un sistema normativo crítico y justificante del sistema de reglas vigentes.”[2] 

Por su parte Jorge Malem Seña, al mencionar algunas de las características de la corrupción, señala que: “los actos de corrupción tienden a realizarse en secreto o al menos en un marco de discreción.”[3] Resulta natural que los actos de corrupción se lleven a cabo en un marco de secreto o discreción, ya que de otra manera, serían más difícil de  realizarse, es por esta situación que, los corruptos desean mantener sus actividades en la clandestinidad y opacidad con la finalidad de no ser descubiertos, como dice Francisco Laporta: “la oscuridad no solo genera corrupción, sino que alimenta la posibilidad de manipular, corruptamente, o de inventar, mentirosamente, la corrupción misma”.[4]

En México, la corrupción es un tema de todos los días, por años ha socavado y corroído la credibilidad de los gobiernos y sus servidores públicos, ha permeado en la sociedad y su orden moral. No ha sido hasta el comienzo de la transición democrática que con mayor facilidad nos hemos enterado de  muchísimos casos de corrupción que otros tiempos no es que no existieran, sino que se quedaban en la oscuridad y el secreto. La opacidad era la regla, la  práctica común del partido hegemónico y de su clase política que detentaba el monopolio de las decisiones públicas, en este tipo de contexto es que ha florecido y se ha afianzado la corrupción en nuestro país. Al respecto Robert Klitgaard, lo ha expuesto de manera clara, con su conocida  ecuación básica de la corrupción:

         Corrupción =  monopolio de la decisión pública+ (más) discrecionalidad de la decisión – (menos) rendición de cuentas[5]

La opacidad y el control de la toma de decisiones, han permitido el establecimiento y desarrollo de la corrupción en todo el Estado, por tal razón, es necesario que la transparencia y el acceso a la información sean tomados en serio y no sean sólo una parte del discurso político.

Un reto para la clase política de nuestro país es que la próxima ley de acceso a la información, amplíe el derecho fundamental de acceder a la información pública, que maximice el principio de máxima publicidad contenido en la Constitución, que otorgue las facultades del órgano garante para sancionar el ocultamiento y destrucción de información, así como el incumplimiento de sus resoluciones, que asegure la publicidad, no sólo de las decisiones, sino del procedimiento por el que se llega a ellas.

En este sentido, la transparencia y el derecho acceso a la información,  pueden ser vistas, no sólo como dos herramientas que publicitan la gestión de los entes que reciben recursos públicos, sino también como un poderoso antídoto contra la corrupción.


[1] CÁRDENAS, Jaime y MIJANGOS, María, Estado de derecho y corrupción,  Porrúa-UNAM, México,  2005, pág.  63
[2] VÁZQUEZ, Rodolfo,  Corrupción y Estado Democrático de Derecho,  en  revista Nexos, núm. 323, México, noviembre de 2004
[3]  MALEM SEÑA, Jorge, Globalización, comercio internacional y corrupción, Gedisa, Barcelona, 2000, pág. 28
[4]  LAPORTA, Francisco, La corrupción política: introducción general,  en LAPORTA, Francisco y    ÁLVARES, Silvina (Coordinadores), La corrupción política, Alianza  editorial, Madrid, 1997, pág. 32
[5]  KLITGAARD, Robert, Controlando la corrupción,  citado por  CÁRDENAS, Jaime y MIJANGOS, María,  Estado de derecho y corrupción,  Óp. Cit., pág. 58

Osvaldo Suárez.
Especialista en Derecho de la Información por la
Universidad Nacional Autónoma de México.


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