Todo parecía muy fácil hasta ahí; esa ecuación pareciera muy sencilla, al final del día la información circula con mucha facilidad, mucho más en la llamada "era de la información", pero en realidad si tomamos en cuenta que la información es el principal insumo forjador de opiniones y que influye en la toma de decisiones, la información se vuelve mucho más valiosa.
Me refiero no sólo a la información noticiosa, a la que viene de los ámbitos políticos que influyen en lo electoral, me refiero también a la información económica, social, cultural, religiosa, a la comercial, a la que nos hace, a final de un proceso electivo basado en el razonamiento, decidir o no decidir por tal o cual opción.
Qué comemos, qué compramos, a donde viajamos, cómo nos vestimos, qué música escuchamos, en qué gastamos nuestro dinero, todas esas decisiones son tomadas con base en información, por ello existe tanto interés de los actores sociales, políticos, económicos, empresariales, etc. sobre qué se dice acerca de ellos, sobre cuidar su imagen, cuidar lo que sobre ellos se dice.
Los medios de comunicación (radio, televisión y diarios) son los grandes vehículos tradicionales, a través de los cuales nos allegamos de esa información, ahora existen formas más "democráticas" y "libres" para compartir y allegarnos de información, las conocidas como redes sociales y algunas otras herramientas disponibles en internet (este espacio por ejemplo).
Nosotros, los ciudadanos comunes y corrientes,
los de a pie, los que consumimos esa información proveniente de aquellos
medios; los que vemos, escuchamos o leemos esa información (la cual puede venir
en un formato noticioso, o en cualquier otro como publicitario, de ocio o
incluso de manera velada u oculta) somos los que conformamos esa masa casi
amorfa, denominada audiencia.
Esa audiencia es el del interés de muchos, se nos
mide tradicionalmente a través del llamado “rating”, es decir cuántos vemos o
escuchamos un espacio en radio o televisión, para el caso de medios impresos
somos tiraje y ejemplares vendidos y/o leídos, para el caso de internet somos
vistas, cliciks, visitas, likes, followers, retweeters, dependiendo del espacio
de que se trate.
Como parte de esa masa amorfa desconocemos
nuestra fuerza y potencial, tanto individual como colectiva, pareciera que al
encender el radio o la televisión, que al acceder al sitio de internet, como
muchas veces no pagamos una contraprestación económica por el producto que
vamos a recibir, como al parecer es “gratuito” tenemos que tomarlo y no
quejarnos, prácticamente consumirlo sin cuestionarlo, casi como agradecerle al
medio que nos informe. Grave error en el que hemos vivido desde hace tanto
tiempo.
De entre las tantas divisiones que pueden existir
entre los medios de comunicación, hoy acudo a aquella que los separa entre
medios públicos y medios privados. A los primeros prefiero llamarlos medios del
Estado, que no medios del Gobierno (aunque en la realidad se corre el gran
riesgo a que regresen a ser medios del Gobierno en turno), a los segundos no
tenemos problema en identificarlos (muchos de ellos también bien pudieran
parecer medios al servicio del Gobierno en turno).
Podemos trazar un esquema en el que el ciudadano,
la persona en sociedad, está a la cima y recibe del Gobierno la garantía a
informarse libremente y de los medios recibe ese flujo de información, el medio
tiene una relación de subordinación administrativa, el primero mira al segundo
como su regulador, que no y nunca como sensor de sus contenidos, sólo de sus
reglas de operación y de los grandes parámetros donde deberá moverse.
Una vez planteado ese esquema, tenemos que
entender que en esa relación confluye otra gran libertad, otro gran derecho, el
de la libre expresión a la luz del cual el medio, a través de sus operadores –reporteros,
comunicadores, etc- se hace llegar de información y la hace llegar a las
personas.
La relación del medio con sus operadores y del medio
con sus audiencias debe contar con el perenne privilegio de la libertad de
expresión, por regla y como una base general el Gobierno no puede participar
como sensor de sus contenidos, salvo claras, marcadas y definidas excepciones –la
pedofilia es un gran ejemplo de esas excepciones.
Como esta relación debe basarse mucho en un actuar
ético e identificado en principios profesionales y debe contar con poca
injerencia gubernamental, existe entonces una figura de mediación entre el
medio y su audiencia; justamente el defensor de las audiencias u ombudsman de
las audiencias, o mediador con las audiencias, o para el caso de los medios
impresos, el defensor o representante del lector, o en su caso, press
ombudsman.
Volviendo a la gran distinción que arriba mencionábamos
sobre el universo de medios, tenemos que la función primordial de los públicos
es la de coadyuvar con el Estado en el ejercicio del derecho a la información,
la de los privados, es predominantemente la obtención de un lucro.
De entre los medios públicos tenemos en México, en
la televisión –a nivel federal- a; canal 11, canal 22, Organismo Promotor de
Medios Audiovisuales (OPMA), Televisión Educativa (ingenio TV) y TV UNAM,
agrego también al Canal del Congreso y al Canal Judicial. En la radio tenemos
al Instituto Mexicano de la Radio (IMER) y a Radio Educación. Podemos agregar a
esta categoría también a Notimex, Agencia de Noticias del Estado Mexicano, que
aunque no es propiamente un medio de comunicación, es un gran proveedor de
contenidos informativos para todos los medios.
Afortunadamente, todos los arriba mencionados
cuentan con un defensor de sus audiencias, algunos de ellos por cierto están
iniciando su gestión.
El
defensor de la audiencia ayuda, en parte, a que se respeten los llamados “derechos
de las audiencias”, pero ¿cuáles son éstos? Podemos citar de primera mano y
manera de ejemplo el pleno respeto a la honra y reputación de las personas, el
abstenerse de injuriar, calumniar, difamar; la no discriminación, el respeto a
la intimidad personal o familiar, el buscar en todo momento que el medio se
apegue a principios profesionales de independencia, veracidad, imparcialidad,
objetividad, pluralidad, equidad y responsabilidad, entre otros.
Si el lector me lo permite, hasta aquí dejaré
esta primera entrega y en una segunda entraré al punto de cómo afecta al tema
la reforma constitucional en materia de telecomunicaciones, la Transición a la
Televisión Digital Terrestre, los casos específicos de los actuales defensores
de las audiencias en medios públicos, en medios privados, casos nacionales e internacionales,
así como una breve referencia a la interesantísima figura de la cláusula de
consciencia.
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